Llevo Calvin-Klein de mercadillo

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Fawzía Abu Jáled

Roque Dalton

Vladimir Maiakovski

Javi Rodas

Bueno, vas a una entrevista de trabajo, después de demasiado tiempo en casa, sin trabajo. Cobrando una de las limosnas que el sistema, con la complicidad del gobierno de turno te da. 

Te levantas a las siete, no perdón a las siete y diez, porque mi guapi me ha dao un codazo. Te duchas, te afeitas y te perfumas, hay que dar buena impresión. Con los Calvin-Klein de mercadillo.

Y te empiezas a cabrear, a preocupar, a preguntarte si es que ya no sabes buscar trabajo, si alguien valorara tu experiencia, tu sabiduría, después de treinta años ejerciendo la misma profesión. Ves a tu pareja preocupada, aunque no lo diga. Porque te ve de mal humor, nervioso, a veces ansioso, deprimido. A veces sin peinarte, aunque mucho pelo no tengo (¡ja, ja,ja!, es para quitarle hierro al asunto). 

Al menos para mí. Estar desempleado es un trabajo forzoso. Porque te tiras las 24 horas del día ansioso, preocupado. Y muy mal pagado, por cierto.

Bueno, que he ido a una entrevista de trabajo, de esas que concierta un intermediario por ti. Sí, una ETT. Recuerdo que esto de las ETT lo combatimos hace muchos años, porque creíamos que ni más ni menos era la privatización del servicio público de empleo. Y perdimos, a las pruebas me remito.

On-line: “Ha sido usted seleccionado para el proceso de selección de tal empresa, lunes a las 10 de la mañana”. 

Pienso: ¡Hala!… Habrán leído mi currículo y a lo mejor les interesa mi experiencia…, me digo ansioso, y un pelo contento. ¡Me han llamado para una entrevista!

He cogido el tren muy pronto. Estaba nervioso y no podía aguantar en casa; así que he llegado muy pronto. ¡Uff, las nueve y cinco! Me he tomado un café en un chino porque es más barato. Ya son las nueve y media, voy para allí, no sea que haya cola. Llego, estaba al lado. Cerrado y sin cola.¡Vaya, soy el primero!, no han llegado ni ellos. Soy muy puntual. Lo pone en mi currículo.

Dos minutos más tarde llega una chica, se pone a abrir y me pregunta si es para las entrevistas, ¡Uy! ¡Entrevistas!… quiere decir que no soy el único… más ansiedad… Me dice que pase, que me lave las manos con hidro-alcohol  y que me siente. Una habitación pequeñita, con muchas sillas.Pensé: como nos juntemos muchos aquí será la fiesta del coronavirus.

Al minuto suena el timbre, abre la chica desde su mesa. Entra un señor, parece más mayor que yo. Me mira y … la cara que pone no es, precisamente, de ponerse contento al verme. Por la pinta es albañil, como yo. No sé por qué, pero después de tanto tiempo en la profesión, yo creo que ya tenemos unas particularidades especiales. Por lo menos, yo las distingo. 

Se sienta y me dice:

-Buenos días- así, como quien no te los quiere dar. Yo, educado contesto:

– Buenos días.

– Hola, tu ¿vienes para la entrevista? – me dice. ¡Uff, que educao! Yo le contesto:

– Sí. 

-¿A qué hora tenías? 

– A las 10. 

– Pues yo también, me contesta- y yo digo:

– ¡Ah, bueno!-  y pienso que nos han citado a todos a las diez y que nos cogerán por orden de llegada. Pues menos mal que he llegado el primero, así me ahorro la fiesta del coronavirus.

Justo a las diez, suena otra vez el timbre. Nuevamente la chica abre desde la mesa. Era otro señor mayor, pero este más mayor que el anterior. Pienso: ¡Ostras! Aquí el perfil es la experiencia. Nos dice:

Bon dia, ¿están ustedes por la entrevista? Le contesto que sí. Y me dice que esperemos un momento que ahora nos atiende. ¿A que es el entrevistador? A simple vista, un albañil: es que somos inconfundibles.

Llama a la secretaria, se escucha un murmullo de ella, porque él tiene buena voz y no la puede disimular. Somos inconfundibles. Al poco sale la chica, y nos dice que pase el primero. El otro señor, el que llegó después de mi, hace el amago de levantarse pero yo he sido más rápido, además he llegado el primero. ¡Un poco de educación!

¡Uff!, Recordar lo que ocurrió después me provoca ansiedad. Desde el momento que entré en ese despacho sin ventanas, con una mesa, dos sillas y un tío sentado al otro lado de la mesa con los puños cerrados, con una carpeta delante, despeinado, y muy colorao… Pienso: esto no es una entrevista, sino un interrogatorio policial.

Seu, me dice. 

Me siento. Abre la carpeta, parece que la revisa; por lo menos, así lo creo. Respira fuerte, y huelo la peste a carajillo, con mascarilla y todo. O mi mascarilla no funciona, o éste ya va como las cabras y el olor este no tiene barreras. Está muy colorao.

-¿Usted quién es?– me dice ya en castellano. Le digo mi nombre, de nuevo abre la carpeta y resopla, llama a la chica: ¡Nena! Qué nombre más raro, me digo. La chica aparece poniendo cara de póquer.

– A ver, nena búscame a este chico- ¡que alago!-  en la carpeta que no lo trobu. La chica sin decir nada, coge la carpeta saca un papel, era mi currículo. Está mi foto, este tío está ciego. Y ¿las preguntas? Vuelve a abrir la carpeta y saca otro papel.

– Usted es Francisco Javier?

– Sí, señor.

– ¿Usted qué edad tiene?

– 53 – ni te has leído el papel, pensé.

– ¿Qué experiencia tiene?

Definitivamente no te has leído el papel, volví a pensar. 

– Unos 30 años- le contesto.

Coge el otro papel que no era mi currículo y por fin saca unas gafas de farmacia, está claro que no ve un pijo.

Voy a resumir porque es muy largo y me dan ganas de ir a estrangular a ese señor más mayor que el otro.

Ahora leyendo las preguntas; edad?, 

-53, (joder otra vez?)

– ¿Estado civil?

– Con pareja, divorciado. 

Levanta la vista como desaprobando o no entendiendo un pijo de lo que le he dicho.

– ¿Hijos?

– Sí, dos. 

– ¿Están con usted?

– No – todo eso leyendo.

– ¿Por qué no tiene trabajo?

– Porque no hay.

– Ya, ¡claro!

– ¿Ha pasado usted el coronavirus? 

– No. (Ojo al dato: cuidadito que se nos echa encima otro escalón más para encontrar trabajo. Y algunos saltándose su orden de vacuna. Y las farmacéuticas forrándose y retrasando los plazos de entrega; y los gobiernos de turno tragando. Adivina, quien lo va a pagar: los de siempre.)

Este señor más mayor que el otro no me ha hecho una sola pregunta sobre mi experiencia, sobre lo que sé hacer y lo que no. Eso si: casi me bajo los pantalones para que viera mi marca de calzoncillos. 

Las diez y diez, salgo de allí, frustrado, cabreado, pensando, para que me he gastado la pasta, que no es barato, viva el transporte público. No he llorado, porque ya no me quedan lágrimas. Cuando se acabara esta tortura, mis abuelos, mis padres, yo, mis hijos porque tenemos que pasar por todo esto?.

¡¡¡Y a ti qué coño te importa mi vida personal!!!.

Mi primera reflexión es hacia este señor más mayor que el otro. Eres albañil, tienes manos de albañil, tienes la espalda encorvada como un albañil después de tantas palizas. Tienes manos de albañil, como las mías. Tienes las malas costumbres de los albañiles. Se te nota, eres un currante igual que yo. ¿Cómo eres capaz de humillar y vejar a alguien que ha pasado lo mismo que tú, que es un obrero como tú? Deberíamos hacérnoslo mirar, sinceramente. Aunque estas cosas se combaten con educación política. Y como decía mi amigo Mariano, picando muuuuchapiedrraaaa. Sí. ¿Pero hay días que… !

Mi segunda reflexión: esto no debería ocurrir: es muy injusto.¡Sí, lo es!

Alguno dirá: por lo menos has tenido una entrevista. El que diga esto, que siga tragando, así nos va.

Todo esto no ocurriría si se implantara una Renta Básica Universal incondicional y suficiente. Que nos diera a todos las mismas oportunidades, derechos y deberes. Pero eso solo ocurrirá cuando haya un gobierno que ponga a la mayoría del pueblo en el centro de su agenda. En definitiva, cuando logremos derrotar este sistema inhumano y represivo a todos los niveles.

Y no me enrollo más, hoy he escrito esto después de la entrevista tan productiva de trabajo que he tenido. Como la mía, habrá miles y miles. Y desempleados que tengan el mismo día a día que yo: millones. Mal de muchos, consuelo de tontos…¡¡no!! Ese mal de muchos nos tiene que hacer entender que esos muchos si nos uniéramos daríamos un gran puñetazo encima de la mesa que permitiría mejorar nuestras condiciones de vida. Espero que mi escrito contribuya a enlazar todas esas vidas y esas voces para darle la vuelta a la tortilla. 

Llevo calzoncillos Calvin-Klein de mercadillo, ¡y a mucha honra, viva la clase obrera! 

Hoy es rabia y depresión, mañana será esperanza y organización.

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